divendres, 18 d’octubre del 2013

En la diferencia, está la riqueza

Cada mañana, mientras mis alumnos van entrando en el aula, observo el comportamiento de cada uno de ellos, como caminan, sus gestos, sus miradas, y me sorprendo ante tanta variedad, tanta diversidad.

Niños prácticamente de la misma edad, que posiblemente compartan miles de aficiones, miles de deseos comunes, muchísimas aspiraciones, y que sin embargo sean mundos independientes, aislados en la inmensidad.

Ante este panorama, siento en mis propias carnes una tremenda sensación de responsabilidad, ante tanto trabajo por hacer, tanta diversidad en la que mediar, y de la que sacar provecho.

Aunque sea difícil de ver, en la mayoría de ocasiones, podemos sacar provecho de nuestras propias diferencias con respecto a los otros: podemos y debemos enriquecernos de lo que los demás tienen, y no tenemos nosotros, y al mismo tiempo aportarles a ellos nuestras principales virtudes, las cosas que nos diferencian. Se trata por tanto de un enriquecimiento recíproco: yo te doy, y tú me das. Todos ganamos así.

Miro hacia la parte final del aula. Ahí está J, sentado solo, no para un segundo de moverse. El resto de compañeros no quieren sentarse con él, pues dicen que les molesta, que no pueden seguir la clase a su lado. J está triste, pues siente que no es aceptado. Quiere dejar de moverse, pero no puede. Quiere tranquilizarse, pero algo se lo impide. Necesita cariño, necesita sentirse parte de todo esto.

Llegamos a la parte práctica, y yo, el profesor, me siento al lado de J, soy su pareja en esta fase de desarrollo de los ejercicios. Me acerco a él, y le acaricio el cabello. La expresión de su cara cambia por completo, incluso deja de moverse tan insistentemente, y me mira, devolviéndome una sonrisa cómplice. Comenzamos a trabajar, y J lo da todo, no se guarda nada para si mismo. Quiere ayudar, quiere contribuir al proyecto común.

Cada subgrupo trata de sacar adelante su parte del proyecto. Cada subgrupo depende de los otros subgrupos, y por tanto todos se necesitan mutuamente. En este tipo de actividades, cada niño podría decir a otro cualquiera: "de ti depende, de ti dependo", y sería completamente cierto.

Alboroto generalizado, niños de un subgrupo preguntando cosas a los de otro subgrupo. Niños que se me acercan y me piden ayuda. Ideas que sobrevuelan el aula, y que son necesarias para sacar esto adelante.

En un instante concreto, se produce una crisis generalizada en el proyecto común. ¡No sabemos seguir, profe! ¡Estamos en un callejón sin salida! Algunos nubarrones negros sobrevuelan por encima de nuestra aula de prácticas. J levanta la mano, y no le tiembla, por primera vez en mucho tiempo. ¡Ya lo tengo!, dice, ante la carcajada generalizada de sus compañeros, que intuyen que está de broma, y que está a punto de liar una de las suyas. J se levanta, lenta, pausadamente, con talante sereno, coge el rotulador y escribe un par de instrucciones en la pizarra. Dibuja también un sencillo algoritmo, y un esquema de como desarrollarlo. ¡Con esto podríamos salir del paso!, dice J humildemente. Yo, no puedo dar crédito a lo que mis ojos estaban viendo, y a lo que mis oidos estaban escuchando. J acababa de proponer la solución más sencilla, y a la vez más genial, que habría podido imaginar. Los compañeros, primero de todo, no sabían que decir, quedánsode petrificados y sin palabras. Luego, uno de ellos, espontáneamente, comenzó a aplaudir, contagiando al resto de la clase, que se fue uniendo, poco a poco, hasta construir entre todos una tremenda ovación, con un gran estruendo, que por un momento, pensé que me haría ensordecer.

J permaneció delante de la pizarra, mirando a su alrededor, totalmente desorientado, sin saber muy bien que era lo que estaba sucediendo. Todos y cada uno de los compañeros, vinieron a abrazarlo, y él, sin saber por qué, comenzó a llorar. Al final del todo, me acerqué hasta él, le abracé con todas mis fuerzas, y mirando hacia el resto de la clase, dije: ¿Veis? ¡En la diferencia está la riqueza!

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